sábado, 15 de mayo de 2010

Carata No. 12 Junio 2006

Querida hermana, querido hermano
Aquí nos tienes nuevamente, fieles a la cita mensual que tenemos contigo y motivados por la alegría de saber que nuestras cartas son esperadas y recibidas con cariño. Tú sabes bien que con ese mismo cariño son escritas.
Ya hemos culminado el largo tiempo pascual, celebración de la resurección, mediante la cual Jesús ha ascendido al Padre. Eso no significa que se haya marchado porque quiera desentenderse de nosotros. La ascención de Jesús no marca el comienzo de su ausencia, sino el de una nueva forma de presencia. Recuerden lo que él dijo:
"Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo". Y Jesús, ya sabemos, no es un palabrero.
Efectivamente, Jesús sigue presente en nuestro mundo, en medio de su Iglesia. De hecho, el próximo jueves celebraremos la fiesta del Corpus la presencia de Jesús en el pan y el vino de la eucaristía. Por eso decimos:
Te conocemos, Señor, al partir el pan.
Eso fue lo que les sucedió a aquellos dos discípulos que, habiendo visto a Jesús en la cruz, emprendieron camino hacia sus casas, profundamente tristes y decepcionados porque creían que todo se había terminado para siempre. Por el camino se les sumó un peregrino, que era Jesús resucitado, aunque no le reconocieron en ese momento.
Llegados a Emaús, le invitaron a quedarse para la cena. Y allí, cuando Jesús partió y repartió el pan, cayeron en la cuenta de quién era conocieron a Jesús en la facción del pan.
Es lo que nosotros hacemos cada vez que celebramos la eucaristía, conocemos a Jesús en la fracción del pan. Ahora bien, como dice ese canto que seguramente esté ahora viniendo a tu memoria, también podemos decir:
Tú nos conoces, Señor al partir el pan.
Cometemos toda una barbaridad cuando compartimos la eucaristía, pero no queremos compartir nada más. A veces somos como esos niños que se esconden en el baño para comerse ellos solos sus galletas. Nos equivocamos cuando creemos que la eucaristía termina al salir por la puerta de la Iglesia. Toda nuestra vida debería ser una eucaristía. No podemos compartir con Jesús si no compartimos con los hermanos que necesitan de nosotros.
Te saludamos cordialmente, como siempre, Keila, Caína, Edwin, Yosep María, Haroni y Javier, párroco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario